Columna de Opinión “Políticas Educativas En Tiempos De Pandemia”
Martes 21 de Abril de 2020
Más de 1.575 millones de estudiantes se han visto afectados por la crisis provocada por la pandemia de Covid-19. El cierre a nivel nacional ya fue decretado en 191 países, interrumpiendo abruptamente el proceso educativo del 91,3% de los niños, niñas y jóvenes matriculados a nivel mundial. Es decir, estamos frente a una crisis educativa inédita en la historia moderna de la educación, desde su masificación progresiva iniciada en el siglo XIX.
La pandemia tendrá un efecto especialmente dañino en los países menos desarrollados y con mayores niveles de desigualdad. En efecto, mientras los países desarrollados, con la clara excepción de Italia, España y Estados Unidos, están mostrando cierta (aunque no siempre suficiente) capacidad política, institucional y tecnológica para afrontar la crisis escolar, los países en desarrollo improvisan respuestas desesperadas desde ministerios de Educación históricamente infra-financiados e institucionalmente débiles. Más aún, los países más pobres dependen de la ayuda de organismos y fondos internacionales, que no siempre entienden de forma cabal los contextos, dinámicas y problemáticas específicas de cada país. La débil capacidad institucional de estos países no sólo pone en riesgo el proceso educativo sino, también, el acceso a otros servicios sociales esenciales que normalmente se otorgan a través de las escuelas: alimentación, vacunas y entornos protegidos, entre otros.
Ahora bien, la pandemia no sólo tendrá un efecto diferenciado según el nivel de desarrollo y capacidad institucional de cada país, sino que afectará con mayor vehemencia a las comunidades más pobres y vulnerables dentro de cada sociedad. En efecto, mientras que los estudiantes de origen socioeconómico más alto podrán suplir en parte la pérdida de clases, mediante el acceso a recursos pedagógicos en línea, aquellos pertenecientes a grupos sociales más desaventajados verán fuertemente vulnerado su derecho a la educación. Por lo tanto, esta crisis no hará más que incrementar las brechas preexistentes de aprendizaje, que ya antes de la pandemia nuestros débiles sistemas educativos no lograban revertir.
Este patrón de efectos segmentados predominará segura y lamentablemente en América Latina y el Caribe, la región más desigual del mundo en términos socioeconómicos. En efecto, mientras en el sector educativo latinoamericano se vive actualmente un frenesí por digitalizar los materiales educativos y generar plataformas de educación en línea, siguiendo lo que están haciendo muchos países desarrollados del norte, se olvida con demasiada frecuencia que esto es una solución tan sólo para el 46% de los hogares de la región (Cepal, 2018). Esto se debe a que, en promedio, sólo dicho porcentaje posee acceso a internet en sus casas. El resto no podría aprovechar tan fácilmente estas herramientas. Para estos últimos, si bien la telefonía móvil podría potencialmente ofrecer una alternativa, en la práctica está aún lejos de constituir una solución óptima para el proceso educativo.
Por supuesto, las desigualdades latinoamericanas se plasman tanto entre los países como en el interior de ellos. En efecto, en Argentina y Chile más del 80% de los hogares posee acceso a internet. En cambio, en Centroamérica y el Caribe, algunos países como El Salvador y Nicaragua no superan el 20% de conectividad (ITU, 2018). Asimismo, por ejemplo, en Brasil y Perú se observa que los hogares del quintil de ingresos más rico poseen, respectivamente, 4,2 y 13,3 veces más acceso a internet que los hogares del quintil más pobre (Cepal, 2018).
Por lo tanto, no basta con digitalizar contenidos y crear más plataformas en línea. Se requieren nuevas soluciones inmediatas, entre las que se encuentran (1) cerrar la brecha de acceso a internet de la población escolar más excluida; (2) considerar ese acceso a la red como un derecho humano que permita acceder a bienes culturales, conocimientos y contenidos educativos necesarios para el desarrollo integral de las personas, y no sólo como derecho que materializa el ejercicio de la libertad de expresión (ONU, 2012); (3) ampliar la distribución y adecuado uso de los textos escolares en zonas de baja conectividad; (4) potenciar medios alternativos de comunicación, tales como la televisión y radio, y sus contenidos pedagógicos para alcanzar y apoyar a los grupos más excluidos; (5) formar, apoyar y orientar a los docentes y comunidad educativa para abordar la educación en tiempos de crisis; (6) priorizar y adaptar los contenidos curriculares y programas de estudios a las nuevas circunstancias, y (7) asegurar la continuidad de los servicios sociales básicos que resguarden el bienestar social y emocional de los niños, niñas y adolescentes.
Estamos obligados a afrontar la crisis de corto plazo desplegando éstas y otras medidas. Sin embargo, esta crisis nos ofrece también la posibilidad de replantear el tipo de sistema educativo y sociedad que queremos impulsar, en el mundo post-Covid-19, desde una perspectiva de justicia social.
Javier González
Director de Summa, primer laboratorio de investigación e innovación en Educación para América Latina y el Caribe, y miembro del Consejo Asesor Internacional de la Unesco-GEM.
Investigador Adjunto del Núcleo Milenio “Experiencias de los Estudiantes en la Educación Superior ¿Por qué? Y ¿Para qué?”
Dante Castillo-Canales
Director de Políticas y Prácticas de Innovación en Educación de Summa, primer laboratorio de investigación e innovación en Educación para América Latina y el Caribe
Link: http://agendapublica.elpais.com/politicas-educativas-en-tiempos-de-pandemia/
Read MoreColumna Cómo evoluciona la Educación Superior Chilena
La Educación Superior en Chile ha experimentado cambios profundos en las últimas décadas. Estos incluyen la expansión de la oferta privada desde el inicio de los años 80s, el incremento en la ayuda financiera desde el 2004 y, más recientemente, la implementación de gratuidad en un grupo de instituciones. Actualmente, el sistema presenta una población de estudiantes masificada y diversa, lo que se manifiesta en 1.2 millones de alumnos matriculados de los cuales aproximadamente un 70% pertenecen a la primera generación de sus familias en asistir a una institución de Educación Superior. Mayor acceso, sin embargo, no ha implicado necesariamente más igualdad en indicadores como la persistencia, rendimiento académico o acceso al mercado laboral. Indicadores de persistencia a nivel general muestran que aproximadamente el 30% de los estudiantes abandonan durante el segundo año y que más de la mitad de los estudiantes matriculados no terminan el programa que inicialmente comenzaron.
En relación con las instituciones de Educación Superior también se aprecia diversidad. A septiembre de este año existían 149 instituciones vigentes, de las cuales 60 son Universidades, 42 son Institutos Profesionales y 47 son Centros de Formación Técnica. La diversidad se materializa no solo en el tipo de institución sino que también en términos de calidad, misión y foco. Por ejemplo, existen instituciones acreditadas, con mayor número de años expresando mayor calidad, y otras no acreditadas, sobre las cuales es difícil conocer la idoneidad de sus procesos formativos.
¿Cómo pueden los futuros alumnos incorporarse de manera adecuada a este sistema diverso y complejo? Creemos que aquí hay dos aspectos clave a considerar: la transición desde la educación media a la superior y la experiencia de los estudiantes, particularmente en el primer año.
En relación al primer elemento, es importante comprender los factores que hacen que la transición desde la educación secundaria a la superior sea exitosa. Entre ellos destacan las expectativas que los estudiantes y sus familias tienen sobre la educación superior y los factores que influyen en la construcción de estas expectativas. En este proceso, la información a la que acceden los estudiantes y sus familias es fundamental. Sin embargo, estudios muestran bajos niveles de conocimientos de los alumnos postulando a la educación superior, especialmente en temas de costos, aranceles, formas de financiamiento de carreras, tasas de graduación, sueldos y tasas de empleabilidad. Los estudiantes reportan niveles más altos de información respecto de mallas curriculares y características de programas e instituciones de educación superior de su interés, aunque los niveles de conocimientos siguen siendo bajos. Los estudiantes se informan principalmente a través de familiares y amigos, actividades organizadas por los establecimientos escolares a los que asisten y páginas web tanto gubernamentales como de las propias instituciones. Y si bien los representantes de instituciones de educación superior juegan un rol importante al informar de manera más cercana su experiencia a alumnos aun en la educación media, el rol del orientador del colegio podría potenciarse para lograr una mejor preparación de los estudiantes para las etapas que están por venir.
Una forma de potenciar dicha labor es conformando equipos de trabajo al interior de los establecimientos junto a profesores jefes y profesores de electivos, identificados por alumnos como cercanos y relevantes para la toma de decisiones en esta etapa. Equipos de este tipo podrían permitir un contacto más personal e individualizado de los estudiantes y un seguimiento más frecuente del proceso de toma de decisiones y las alternativas relevantes para cada uno. Es importante capacitar y conformar equipos de orientación más efectivos y pertinentes especialmente en establecimientos escolares de menores ingresos, ya que investigación reciente revela que el rol de la familia y amigos si bien es emocionalmente muy importante, puede ser menos efectiva, al igual que la navegación de sitios web.
Por otro lado, la experiencia estudiantil, particularmente en primer año, es un elemento importante para comprender el encuentro con la educación superior. En un sentido amplio, el concepto de experiencia estudiantil se refiere a la totalidad de las experiencias que los estudiantes viven en la educación superior. Incopora los elementos curriculares y pedagógicos propiamente tales, pero también aquellos extracurriculares (participación en asociaciones estudiantiles, actividades deportivas y culturales, entre otras). De esta manera, la experiencia estudiantil se asocia también al sentido de pertenencia e integración social que los estudiantes experimentan. Considera, además, la percepción sobre los servicios de apoyo y los recursos puestos a disposición del aprendizaje (bibliotecas, salas de estudio, plataformas virtuales, espacios de recreación, entre otros). Una experiencia estudiantil positiva debería estar asociada a una transición y un encuentro (o ajuste) más fluido con la educación superior.
Si bien, los elementos curriculares y pedagógicos son claves para la experiencia estudiantil, informes de la OECD y del Banco Mundial han cuestionado la calidad de la docencia en nuestro país debido a la falta de flexibilidad curricular y métodos centrados en la memorización de contenidos. Esto genera preguntas sobre cómo se está educando a una población creciente y diversa, que requiere una docencia más profesional, para los desafíos del mundo incierto que enfrentarán en el futuro. Muchas instituciones de Educación Superior han avanzado en instaurar prácticas docentes que fomentan el aprendizaje activo, sin embargo, estudios muestran que ha sido complejo desarrollar experiencias innovadoras en docencia, que lleguen al aula, donde mas allá de un grupo acotado de profesores innovadores y comprometidos, aparentemente se replican prácticas docentes expositivas y pasivas. Asimismo, la diversidad de instituciones varía en cantidad y calidad de servicios y recursos puestos a disposición de los estudiantes haciendo que la experiencia de los estudiantes respecto de estos elementos sea desigual dependiendo de la institución, o incluse la carrera, en la que se encuentra estudiando.
En Chile, si bien se cuenta con información respecto de algunos de los elementos que constituyen la experiencia estudiantil a través de la acreditación y sitios web del Ministerio de Educación y el Consejo Nacional de Educación, no contamos con información que provenga directamente de los estudiantes respecto de su experiencia estudiantil. En otros países, particularmente del mundo desarrollado, existen encuestas sobre experiencia estudiantil a nivel nacional o, al menos, de grupos importantes de instituciones. Estas son empleadas tanto para informar a los estudiantes prospectivos sobre la experiencia de sus pares, como para la auto-evaluación y mejora institucional. Se trata de una buena práctica que podría tener eco en nuestro país.
Mayor y mejor información respecto de la experiencia universitaria y procesos de orientación más cercanos y personalizados permitirían adecuar expectativas de los estudiantes y sus familias y redundar en procesos de transición a la educación superior más satisfactorios.
María Verónica Santelices y Carlos González, Directores Núcleo Milenio Educación Superior
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